Somos viejos, vimos llegar los primeros coches, la luz eléctrica, la radio, la televisión, el primer teléfono, uno sólo en el pueblo que estaba en Correos, luego los ordenadores, la epidemia de los móviles que no tiene vacuna, y siendo de esa generación preanalógica de repente me sumergen en un océano digital, una pesadilla burocrática que ya no tiene salida, todo digitalizado, la banca, la medicina, la enseñanza, la administración, y el océano cada vez es más profundo. Leo por ahí que hay ya unos drones que controlan la alcoholemia de los conductores, aunque sean de esos pilotos suicidas que circulan en nuestra isla a doscientos y ahora no tendrán escapatoria, al dron no se le escapa nada, con lo cual nuestro folklore perderá a unos de sus más emblemáticos sujetos. Pronto el dron hablará, que para eso está la IA y te dirá cosas como: «Párate, borracho, irresponsable, que sabemos que tienes tres hijos menores y pone en peligro su subsistencia, pedazo de velillo», y de nada valdrá que el conductor impenitente saque el brazo para hacer un corte de manga, el dron es inmune a insultos y amenazas, por no decir halagos o sobornos. El dron va a lo suyo, a saber cuantos lingotazos te has mandado y no podrás alegar privacidad y si lo haces el dron te dirá: «Privacidad, anda, no me hagas reír». También los semáforos empiezan a ser inteligentes y no sólo te sacarán la foto correspondiente y un análisis toxicológico implacable sino que si no los tienes en cuenta te podrán insultar hasta en siete idiomas, con palabras malsonantes incluidas, y de nada te valdrá ocultarte en una caravana, que ya sabemos que buscar una caravana en La Palma es como buscar una aguja en un pajar, pues el semáforo emitirá una orden de busca y captura y un par de drones saldrá detrás de ti, y te atraparán sin remedio siguiendo tus efluvios alcohólicos o el desodorante Axel que la mayoría de conductores utilizan. Avisados quedan, prudencia en carretera y resignación si te pillan pillando. Avisados están, luego no digan.